Desde pequeños somos capaces de sacarle lo mejor a cualquier situación de la manera más simple posible. En la sencillez está la felicidad, asi se llamara este pequeño relato.
En un dia soleado de agosto, la pequeña L decidió bajar al parque. Acababa de llegar a la ciudad y le había dicho su madre que tenía que conocer nuevos amigos. L no era tímida normalmente, pero en un sitio como aquel se sentía desplazada, y los niños no la hacían mucho caso, así que se fue a sentar a un banco para mirar un nido que se entreveía por las ramas de aquel pino.
Los recuerdos del pasado fluyeron, fluyeron como las lágrimas por sus mejillas.
-¿Estás bien? ¿Te pasa algo? - Una pequeña niña se había acercado sin darse cuenta. Que verguenza, la había visto sola y llorando, a saber que pensaría - Me llamo C ¿Como te llamas?
-Me llamo L, y he llegado nueva a este sitio
La pequeña C se quedó pensativa un rato con el ceño fruncido. De repente cogió a L de la muñeca y se la llevó corriendo hasta un kiosko que había unas calles más allá
-Es el kiosko de mi tío ¿Te gustan los helados? - L roja como un tomate asintió en silencio - Tito, dame un frigopie y un mikolapiz
Después de estar sentadas a la sombra un rato después mientras se comían los helados, a L se le bloqueaba la cabeza de la verguenza de solo pensar lo que iba a decir
-¿Te... Te gustaría ser mi amiga? -pregunto L roja hasta las orejas
-¿No era evidente? - fue la única respuesta de C
Y con dos simples helados en una cálida tarde de agosto bajo la sombra de un arbol dos pequeñas niñas se juraron amistad eterna que duraría hasta los días de hoy y se extenderá hasta que el tiempo borre su recuerdo
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